La nieta de fin de semana del libro Buscando tesoros
Oscar escuchaba cautivado por la narración y sobre todo por el entusiasmo y la chispa folclórica de los hermanos. Con Gabriel había logrado acoplarse al acentico y los modismos mexicanos, pero ahora le costaba risa no soltarse a carcajadas. Sentía como si estuviera viviendo una de esas películas rancheras de Pedro Infante, pero en vivo y a todo color.
El Doctor Carmona siguió la conversación. «Yo me encontraba al otro lado del corral, mi estimado colega. Estaba entretenido, revisando la herradura de una de las yeguas, cuando volteo y veo a una chica sentadita arriba del Azlán. ¡La quijada no se me cayó, porque la traigo pegada!», dijo riendo, con una sonrisa de oreja a oreja. «Ese caballo es un verdadero tremendo, se pasa de azteca y de vivo, es el único que jamás he montado, ni pienso montar. Es demasiado listo para su propio bien, no por nada, es el líder de la manada. En eso, la chamaca se baja, pero, sin ni siquiera meter las manos. Se desliza tranquilamente por el lomo del caballo, como Pedro por su casa, y el colmo de los colmos, me da la mano, saludándome con su acentito colombiano y una sonrisita».
Después de una ligera pausa, el Doctor continúa diciendo: «En esas andábamos cuando veo a los muchachones acercándose, como si los corretearan por no pagar las entradas. Oswaldo se le queda viendo fijamente a la escuincla y le pregunta muy serio: Buenos días, señorita, disculpe, pero ¿quién le dio permiso de entrar? Esta es un área restringida y solamente se permite el acceso al personal del circo. La chava, además muy linda, por cierto, le contesta como si nada, acariciando el cuello del Azlán. Muy buenos días, usted disculpe, que pena; pero si el señor me invitó a pasar y montar un ratico con él, señalando al Azlán».