La nieta de fin de semana del libro Buscando tesoros
«Entonces deja y te platico carnal. Ando buscando su reemplazo. Nosotros estamos convencidos de que no puede ser cualquier veterinario, no nos importa si es una eminencia en materia de caballos. Mira, de entrada y para empezar, tiene que amar a los caballitos. Tanto, como todos nosotros los queremos. Y además, qué se comprometa a cuidarlos, pero de corazón, mi cuate, no de dientes para afuera. Dirás que estamos locos, y tal vez con toda la razón, pero para nosotros, los caballos son familia, así de plano, mi buen».
«Por si fuera poco, también requerimos que se encuentre dispuesto a viajar permanentemente. Es decir, un veterinario, medio como un médico aventurero y trotamundos al mismo tiempo; todo eso junto y en un mismo paquete. De esos, no se dan en los árboles, ni tampoco caen del cielo. Compadre, ¡estás ni mandado a hacer, nos caes del cielo y como un anillo al dedo! Cómo no me va a dar risa manito, si estoy hablando con el mero, mero traquetero. Ni más, ni menos Oscarín, tú eres el doctorcito que ando buscando y para acabarla de amolar, ¡me caes rebién, guey!».
Lo que sigue es historia, basta decir que esa misma noche, Oscar encontró su destino. Encontró la disyuntiva que lo conduciría a realizarse en la vida. Sin pretenderlo, había encontrado el camino que buscaba… Con esas sencillas palabras, Gabriel se encontraba a punto de cambiar radicalmente su vida.