Las madres y la rosca


La nieta de fin de semana del libro Buscando tesoros


Disfrutando del atardecer Andador de Miraflores, Lima, Perú
Disfrutando del atardecer
Andador de Miraflores, Lima, Perú

     Gabriel preguntaba verdaderamente interesado, puesto que no entendía por qué, Oscar, había dejado atrás una vida hecha. Le costaba trabajo entender la motivación de su nuevo amigo, por ejemplo, como pasó de ser dueño de su propia finca, a batallar buscando trabajo y, por si fuera poco, lejos de su tierra y entre desconocidos. Le interesaba comprender cómo Oscar, una persona evidentemente muy inteligente y tan sensible, había dejado todo para volver a empezar desde nada.

     «Pues vea Gabriel. A mis jefecitos como tú los llamas, no los conoces. Sobre todo, a mi madre. Ella lleva las riendas del hogar, allá en el pueblo bonito y tranquilo. Antes de mi salida de Barichara, ella se encontraba muy tenaz, con negras intenciones de buscarme una esposa apropiada para que sentara cabeza. Yo volteaba a ver a mi padre, con su cabeza bien sentada y veía un futuro más que aburridor y poco prometedor. Si eso es sentar cabeza, pensé, ¡mejor que se siga de pie! Además, las candidatas que ella había escogido, pues ya andaba negociando con las otras mamás, ¡qué mamera, pues! Unas bobas y lo más de engreídas. Una de ellas, la consideraba un muy buen partido, simplemente porque su familia tenía mucha plata. Otra, era muy apropiada (palabra favorita de mi madre) porque la familia estaba bien metida en la rosca…».

     Gabriel interrumpió: «¿A qué te refieres con eso de la rosca, manito?».

     «Eso se refiere a las relaciones o los contactos que su padre tenía. Él era un político muy conocido en la región (y no precisamente por su honestidad). Dicen que lo único malo de la rosca es estar fuera de ella», con los cual los dos se rieron alegremente, sirviendo más vino en las copas.


 

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