La nieta de fin de semana del libro Buscando tesoros
Santiago de Querétaro, Querétaro, México
Con el paso del tiempo, escuchó los rumores correr por los aires bumangueses. Insinuaban, se decía… que por las noches Juan Gonzalo Arango, se olvidaba de su papel de padre, pasando sus noches entre tragos, en esas concurridas fondas del centro. Finalmente, Dora seguía faltando a clases, ¡pues, se hizo costumbre! Nadie, con excepción de la señorita Rosario, se acordó de decir lo contrario. Desafortunadamente,, la señorita Rosario en estos asuntos administrativos, carecía de autoridad…
De tal suerte que los viernes, Dora solamente asistía medio día a clases, pero muchas veces, desde el jueves por la mañana, salía del terminal rumbo al sur; como una Caperucita perdida, en la búsqueda de la casa de alguna de sus dos abuelas. Y en cada ocasión, por más veces que lo repitiera y a pesar de las circunstancias, esa niña no se cansaba de admirar los paisajes en el camino. Tal vez de herencia, o bien, podría ser su personalidad, pero sin duda tenía un amor por andar los caminos…
De las dos horas largas del recorrido, cuando menos la mitad pertenecían al Parque Nacional de Chicamocha. Los impresionantes precipicios al salir de Bucaramanga, aquellas barrancas infranqueables donde la carretera culebreaba, regresando sobre sí misma, en vueltas ascendentes fantasmagóricas: ésas: ¡le fascinaban a la niña! Las laderas cargadas de cactus de tantas variedades tan hermosas y diferentes, las que poblaban las empinadas paredes de los abismales precipicios; ésas: ¡le encantaban a la culicagada! Las nubes a lo lejos, que parecieran descansar suavemente sobre las montañas; ésas: tampoco perdían su encanto para la chiquilla. Jamás se mareó en el camino y mucho menos llegó a dormir. Sentada en su puestico en la ventana, siempre pensando, soñando despierta…