Como a todo niño, le parecía que en la eternidad del paso del tiempo, su cumpleaños jamás llegaría
Se encontraban los niños a la sombra de unos árboles, reunidos todos en uno de los andenes del parque, justamente frente a la Iglesia de piedra que le daba tanto carácter al pueblo. Su Amita había pedido una misa para iniciar la fiesta de su cumple. Ahora, se había concluido su celebración y finalmente había llegado el tiempo de jugar.
Rafita, el joven profesor, se encontraba como invitado de honor y se ocupaba en organizar a los chicos, en la serie de juegos a la sombra fresca de esos árboles en ese hermoso parque.
«Qué pena pues, pero hasta su vaca vieja, la Lencha, es más rápida que sumercé», siguió gritando, mientras imitaba los mugidos de la Lencha con toda precisión.
Se trataba de una carrera entre los más rápidos de sus amigos. Magnífico era sin duda muy rápido, pero de la misma forma, reconocía que Danilo era igual o más veloz que él. La carrera consistía en cinco largas vueltas al parque y el ganador se haría acreedor a un trompo de madera de vivos colores.
Consistía en una prueba de resistencia y de velocidad, ya que el parque era muy grande, a la sombra de las hileras de palmeras que se plantaron cuando el Apito era un niño aún. Lo que más les gustaba a los niños era la enorme fuente de piedra al centro donde se podían sentar y pasar largos ratos en conversaciones y risas.