Dulce quinceañera


Capítulo XIV. De los funerales del abuelo Jairo

 

La tierra de volcanes Juayua, Sonsonate, El Salvador
La tierra de volcanes
Juayua, Sonsonate, El Salvador

     Con toda la mara era camarada. Para todos tenía siempre una buena palabra y una de sus sonrisas. A nadie le hacía el feo y con todos la llevaba de lo mejor. Es más, él llegaba a la casa sin avisar como si fuera la suya. —No pude dejar de reír, pues conocía de sobra el carácter sociable del abuelo y me lo podía imaginar de niño, metido por todos lados y con toda la mara.

Mi nombre es Francisca Díaz. Nací en la ciudad de León, en Nicaragua, en tiempos que han sido calificados de difíciles, por aquellas gentes que no saben ni de qué están hablando.

     —Mirá china, te encaramás en la panga y te sentás atrás conmigo. Ahí, la lancha se anda suavecito y se mueve mucho menos. No te preocupés esa cabecita tuya, por nada ni para nada en el mundo. Mirá vos, este viaje lo puedo hacer hasta dormido y con los ojos cerrados. Tal y como me lo prometió, llegué a la costa oriental de El Salvador, vistiendo el uniforme sandinista y a incorporarme a la guerra, sin entender claramente porqué. Durante muchas noches, había dado de vueltas en la cama sin poder dormir, por la aprehensión y el miedo a que llegara este momento. Final e inevitablemente, se había dado y había arribado a El Salvador. En Nicaragua se había acabado la guerra, firmándose la paz entre ambos bandos. El movimiento Sandinista quedó internacionalmente reconocido, pero en El Salvador, la carnicería seguía en pleno apogeo.

     Apenas dos meses antes, me encontraba celebrando mis quince años en la ciudad de León. Los festejé despreocupada con la familia y amigos. Sin embargo, durante esa mañana, parada en esa playa de El Salvador y viendo hacia ese inhóspito mar, sentí esos momentos tan alejados, ya me parecían tan solo un hermoso sueño.

     Los pescadores habían logrado escabullir a las patrullas aéreas de los jets de la Fuerza Aérea de los yanquis, mientras sus aviones supersónicos sobrevolaban el Golfo de Fonseca. Así desembarcamos en nuestras lanchas sobre aglomeradas en la bahía de La Unión, a la costa salvadoreña. Ese día nos refugiamos entre la espesa maleza selvática al final de la playa, esperando la llegada de la noche para que nos cubriera nuestro avance tierra adentro.


 

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