Una noche perfecta


Capítulo XIV. De los funerales del abuelo Jairo

Vista hacia Polanco Ciudad de México, DF, México
Vista hacia Polanco
Ciudad de México, DF, México

     Tan solo una noche antes de partir, mientras esperábamos que anocheciera, los pescadores y las tropas diseminadas en la playa, comentaron cómo esa noche era perfecta para maniobras de transporte de personal: ni mandada a hacer, una noche perfecta y de cachimba. Cuando menos, eso fue lo que se dijo. Y vaya que sí le atinaron. Tal cual, una noche oscura, con una lluvia torrencial incesante, bajo un cielo gris totalmente encapotado y cerrado sobre sí mismo. Es más, esa noche, sería la primera de las tres noches sin luna que se esperaban. ¡Definitivamente una noche perfecta!

     Mientras esperábamos nuestras órdenes de embarque, conocí al pescador encargado de la lancha que me fue asignada. Me informó orgullosamente que se llamaba José Israel Hernández. Él era un pescador del cercano puerto nicaragüense de Corinto. El tipo era más bien alto y delgado. Sus ágiles movimientos parecían deliberadamente pausados y seguros, con los que daba la impresión de una persona completamente segura de sí mismo y que sabía perfectamente lo que estaba haciendo.

     Conversando con él, resultó que conocía bien a mi abuelo Jairo. En esos entonces, José era un niño, sin duda, el mundo es pequeño. En más de una ocasión, su padre y el abuelo, llegaron a salir de pesca en las aguas cercanas al puerto de Corinto. Su cara se iluminó con una sonrisa afectuosa, al enterarse de que yo era nieta de Jairo Díaz.


 

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