Capítulo XIII. De los habanos y de cómo explotan

     El abuelo se me quedó viendo con una mirada de una tristeza tan profunda… hoy de adulto, y tantos pero tantos años y sucesos después, veo esa mirada con una claridad que el tiempo no ha logrado desvanecer.

     —Mi chinita querida, quisiera que nunca conocieras el miedo. En qué mundo vivimos que pueda estar conversando de esto con vos… ¡Para vos hubiera querido un mundo feliz! No te puedo proteger contra el miedo mija, es algo que todos en un momento lo vivimos y lo sentimos. No te voy a decir que cuando estoy por despegar no siento miedo. Más que miedo.

     —Pero abuelo, ¿entonces como despegás si estás asustado? —interrumpí sorprendida de pensar en el abuelo asustado.

     —Porque más miedo me da pensar en que no pude salir a cumplir con mi parte y finalmente, fue porque ese mismo miedo, me venció. En ese momento respiro hondo, tomo el rosario que me regaló Manuela y desde adentro, de alguna parte que todos tenemos, cobro las fuerzas y el coraje necesario para salir a hacer lo que debo de hacer, aunque sea por última vez.

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