El legendario sargento Oliverio Perez


Capítulo XIII. De los habanos y de cómo explotan

Verano en Bogotá Ciudad de Bogotá, Cundinamarca, Colombia
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     —Abuelo, ¡te escuché en el radio! Me pareció muy divertida esa larga conversación mientras ibas en la avioneta. Me pareció como el sermón del padre durante la misa, ¡pero al revés! ¿De dónde se te ocurre decir tantas cosas?

     —Son monólogos mijita, si me escucharan y contestaran serían una conversación —contestó riendo el abuelo—, en cuanto a tu comentario, acerca del padrecito y el sermón… sos genio, pero un solo favor, por nada te llegue a escuchar la abuela cuando decís eso.

     —Pues dice la abuela que se han de poner morados de coraje cuando te escuchan en el radio. —Con este comentario sí que hice reír al abuelo.

    —Tan hermosa Manuelita… que se divierte escuchando mis tonteras.

    —No son tonteras abuelo, yo sé que te escucha muchísima gente, ¡sos muy conocido entre las tropas! —Ante lo cual el abuelo se volvió a carcajear con todo el gusto.

     —Mirá bicha cuando yo estudiaba, aquí en León, me tocó hacer el servicio militar. El oficial que nos entrenó, fue el más que legendario Sargento Oliverio Pérez. Él era conocido por todos, por la manera con la cual te podía insultar y hacer que te avergonzaras de equivocarte y meter las cuatro. El viejo tenía toda la razón y no se cansaba de repetirnos:

     —En la guerra los errores se pagan con la vida, y lo peor puede ser, que la acaben pagando con la de otro pobre diablo, que dependía de vos. Lo cierto vos es que nunca en su vida, lo escuché utilizar una grosería. Sus llamadas de atención eran siempre muy limpias y finas, jamás se rebajó a utilizar una palabra corriente o grosera. Yo lo admiraba mucho y de él aprendí muchas cosas, entre otras, que cualquier cosa que uno haga en la vida, hay que hacerla con estilo: eso se llama tener clase.

     —Pues creo que aprendiste muy bien las lecciones del sargento abuelo, porque la abuela se reía y decía que eras el bandido mejor malhablado que había escuchado, que quien tu hubiera imaginado tan serio y callado aquel día cuando se conocieron.


 

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