Hombres tercos


Capítulo XIII. De los habanos y de cómo explotan

En el jardín Vía España, Ciudad de Panamá, Panamá
En el jardín
Vía España, Ciudad de Panamá, Panamá

     —Empezamos a discutir y la cosa se empezó a calentar y a poner mal. En ese momento, intervino conciliadora tu abuela. Ella, sin duda, nació con un don diplomático natural. Así de fácil, lo convenció de que sencillamente, lo considerara como un caso especial. ¿Ya ves bicha… que no soy el único que no le puede negar algo a Manuelita?

     No pude dejar de reírme, porque el abuelo justamente había hecho una de sus fabulosas caras de angustiado y sinceramente le había salido muy bien. El abuelo, indiscutiblemente era un comediante natural.

     Aun riendo, pregunté:

    —Y entonces, ¿qué fue lo que sucedió?

     El abuelo me contestó, mientras rellenaba los tragos de todos. Ellos tomaban unas cervezas Victoria, bien heladas. Yo, me encontraba disfrutando de una sabrosa limonada, bien fría y con sus hielitos.

     —Colocó su bolsa negra sobre una mesa. Manuela, la había preparado para esa ocasión. Estaba cubierta por un mantel muy fino de lino, con unos bordados y encajes exquisitos. Sobre la mesa, había un refrigerio para todos. Pero la estrella de esa función, fue una botella de ron Flor de Caña, XXV años y edición limitada. Venía almacenada en un frasco precioso de exquisita cerámica importada desde México. Todavía hoy, la guarda tu abuela en una de las vitrinas del comedor. ¡Se trataba del ron más fino que podés encontrar en toda Nicaragua!

     —Que fue precisamente la manzana de la discordia entre los dos, provocando una batalla triunfal entre ambos hombres. Te digo Francisca, algunos hombres pueden ser… ¡pero tan tercos! Esto lo dijo cortante, viendo fijamente al abuelo con una mirada que mata.


 

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