Llegando al almuerzo


Capítulo XIII. De los habanos y de cómo explotan

Floreciendo Lomas de Cuernavaca, Temixco, México
Floreciendo
Lomas de Cuernavaca, Temixco, México

     Sobre el tablero y junto a la brújula, invariablemente llevaba un rosario de cuentas negras. Era un regalo de la abuela Manuela, quien había logrado que se lo bendijera el señor obispo de Managua, muchos años antes. En preparación para el despegue, el abuelo cerraba los ojos y lo besaba dulcemente con una reverencia delicada (lo sé porque lo llegué a presenciar) y decía en voz baja, como si estuviera rezando en la iglesia:

     —Manuelita, esperame que ya llego al almuerzo, tal vez más tarde de lo que vos o yo mismo quisiera. ¡Pero seguro regresaré! Guardá a nuestros nueve hijos y a las nueve hijas y a todos los nietos hasta entonces. Pero, sobre todo, guardate vos, mi más preciada y amada compañera. Esto hazlo por mí hasta el día en que ya no pueda regresar, habiendo seguido adelante, en un vuelo más allá de los hermosos cielos azules de mi amada Nicaragua.

     Fue durante una de esas tardes de domingo, una de aquellas tardes de belleza sin rival, las que son típicas de Nicaragua… En esa tarde, mis abuelos me narraron cómo había venido el Obispo de Managua a bendecir la avioneta. El abuelo, siempre se refirió a ese evento como el bautizo de su avioneta y jamás, lo consideró como la bendición de la misma.


 

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