Capítulo XIII. De los habanos y de cómo explotan
Así, sin vacilar ni por un instante, echó los hombros hacía atrás, cuadrándose, enderezando la espalda e irguiéndose cuan alto era, en toda su extensión. Con una fuerte actitud disciplinada, en un tono seco y de mando, se dirigió al sargento que venía al frente del pelotón:
—¡Atención, firmes…ya! Sargento, un paso al frente…¡ya!
—¡Sargento! ¿Alcanza a distinguir estas barras en mi uniforme? —preguntó bruscamente al oficial.
—¡Sí señor! Le contestó de inmediato.
—¡Sargento! ¿Sabe contar hasta tres?
—¡Uno, do, tre, Señor!
—¡Atención! Sargento, no le pedí que contara. De nuevo, a ver si me entiende…
—¡Sargento!, ¿Sabe contar hasta el número tres?
—¡Señor! ¡Sí señor!
—¡Muy bien, sargento! No es tan tonto como aparenta. Dígame, sargento. ¿Cuántas barras ve en mi uniforme y que significan? ¿Y, usté ve unas iguales en su uniforme?
—¡Señor! ¡Veo tres barras en su uniforme, señor! ¡Significa que usted es Capitán, Señor! ¡No veo ningunas iguales en el mío, Mi Capitán!
—Precisamente. Vaya, vaya, vaya… Ya sabía que no podía ser tan pasmado… ¡imposible! ¿Hay alguien con barras en su uniforme que se asemejen a las mías, o acaso, alcanza a distinguir alguien presente que muestre algunas estrellitas adornando su uniforme, tal vez impartiendo un discreto toque medio navideño, o en su caso, algún laurel con machete?
—¡No Señor, a las dos preguntas, señor!
—Entonces, es claro que soy el oficial con más rango presente, por lo tanto, soy el oficial a cargo, Sargento.
English version Capítulos En tierra de volcanes Comprar el libro