Mis lecciones de vida


Capítulo XII. De la costa atlántica y de sus piratas caribeños

La boda Catedral de Taxco, Guerrero, México
La boda
Catedral de Taxco, Guerrero, México

     Esa fue la última vez que volamos juntos. Fue el final, de una serie de hermosas convivencias que compartimos el abuelo y yo.

     Esos momentos tan especiales incluyeron lecciones, que más allá de la geografía y de la historia de Nicaragua, formaron enseñanzas de vida que de manera sencilla me fueron formando. No obstante, estas materias si las vimos y con su debida profundidad y a su manera. El abuelo entretejió una progresión de enseñanzas de vida. Éstas me afectaron de una manera sencilla, pero igualmente profunda.

     Me regaló tanto de sí mismo, conforme incursionábamos en nuestros vuelos surcando los cielos azules nicaragüenses. Fueron tantas las cosas que aprendí del abuelo en esos viajes.

     Creo firmemente que lo más importante que quedó impreso por siempre en mi tierno ser, fue esa sed tan honda y tan penetrante por la vida. En esto estribaría definitivamente su legado: en enseñarme a encontrar dentro en mí, ese intenso amor por la vida y la alegría que se desprende al compartir esto con la gente que te rodea en cada momento. También me mostró como enmarcar este amor en un cariño profundamente arraigado a nuestros orígenes, a nuestras sorprendentes raíces y ultimadamente en nuestra admirable historia. Lo más importante de todo, en el conocimiento de nosotros mismos. Fundamentalmente me otorgó la posibilidad de visualizar la vida como la más gloriosa aventura personal, y a comprender, que ésta merece ser plenamente vivida, categóricamente celebrada en cada uno de sus instantes.

     Me encuentro plenamente convencida de que mi abuela Manuela, con su profunda visión de la vida, fue quien lo resumió, de forma tal, como solamente ella fue capaz de lograrlo. Un día, hablando del abuelo, me comentó lo siguiente:

 “Jairito, se encontraba tan absolutamente ocupado con su vida y persiguiendo sus sueños, que jamás se percató de que el mundo había seguido su curso y de él, ya no era un niño; porque su cuerpo se había convertido en el de un adulto, a pesar de que su alma, seguí siendo la de un inocente niño con una vida eterna por descubrir…”.  


 

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