Capítulo XII. De la costa atlántica y de sus piratas caribeños

     Después de una buena noche de descanso en las hamacas y con las fuerzas renovadas, llegó la hora de seguir nuestro camino. Nos levantamos antes de la salida del sol y nos volvimos a subir a la lancha. Debo de admitir que sentía una profunda tristeza, al ver cómo se quedaba atrás ese campamento y en particular, su gente tan cariñosa, especial y llena de vida. Nos habían bañado en las aguas de una cálida amistad y de un hermoso cariño fraternal.

     Renuente, Epifenia se despidió de nosotros en la avioneta y después de decirle adiós por última vez desde los aires, viramos hacia el oriente. Nos quedaba una última mañana y la íbamos a gozar, con todo gusto, en las Islas del Maíz, inmersas en las aguas territoriales del Atlántico.

     Son dos las islas. Se conocen como la Great y la Little Corn Islands (la Isla Grande y la Isla Pequeña de Maíz). La Isla Grande tiene una pista aérea y aunque es difícil de creer, además, el abuelo ahí tiene muchos amigos y conocidos. Desayunamos en dos restaurantes que el abuelo conocía y donde evidentemente, también a él lo conocían.

     Entre las dos comidas, descansamos placenteramente en unas hamacas a la sombra y en la playa. En el transcurso del almuerzo, el propietario del establecimiento orgullosamente nos otorgó un discurso detallado de la historia de su familia. Se llamaba Johann Bonn. El sostenía ser descendiente de la infame pirata Anne Bonne. 

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