Capítulo XII. De la costa atlántica y de sus piratas caribeños

Cuando hubo bajado el sol del mediodía, se organizó un torneo de béisbol en un llano baldío cercano al campamento. Todos participaron y jugaron un rato. A pesar de que el béisbol se toma muy en serio en la región, esa tarde se jugó solamente por diversión y de muy buena gana. Más tarde, el abuelo se preparó unos tragos de ron con coco y nos acomodamos en la playa. Ahí gozamos la última parte del día, mientras el cielo nos deleitó con un desplante impresionante de coloridos y una puesta de sol espectacular.

Una vez que oscureció, nos quedamos Epifenia, el abuelo y yo sentados en la arena disfrutando de la agradable brisa fresca de esa hora. El cielo por encima de nosotros, resplandecía de tantas estrellas. Señalábamos las diferentes constelaciones, así como sus estrellas principales, conversando tranquilamente entre nosotros. Feliz, saboreé cada momento de esa noche esplendorosa y bella, al lado del mar y con un cielo profusamente iluminado por las estrellas, ¡Qué diferente esa noche tan remota y lejana a la compleja vida urbana en la ciudad!

Al día siguiente, nos levantamos muy temprano. Después de un desayuno ligero, nos llevó Epifenia a explorar las cercanías en lancha. Ella conocía íntimamente las inmediaciones y nos llevó a recorrer parajes paradisiacos y poco conocidos. Ahí nos bañamos en las aguas frescas, buceamos con caretas y en general pasamos un día sin igual. Ese día se nos fue demasiado aprisa.

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