Capítulo XII. De la costa atlántica y de sus piratas caribeños
Conforme fue avanzando esa mañana, el campamento se fue llenando de visitas. Había corrido la noticia de la llegada de Jairito y comenzaron a llegar visitantes, tanto del pueblo como de las comunidades de los alrededores, a saludar al abuelo y conocer a la nieta Francisca. Para ese momento, ya habían regresado todos los pescadores, así que se encontraba repleto y atiborrado el campamento. Todos se encontraban demasiado ocupados tomando cervezas y preparando los alimentos para el bacanal. Los habitantes del campamento hablaban español, pero el inglés-criollo se convirtió en el idioma común conforme se fue llenando de Criollos, Misquitos y Afro-caribeños de los alrededores. Yo escuchaba boquiabierta, mientras algunos de los grupos comenzaban a hablar en diferentes dialectos. No lo pude creer cuando me percaté de que el abuelo, circulaba entre todos, intercambiando de un idioma y dialecto a otro, sin esfuerzo y como si nada.
Al final llegó el momento de la comida. Bien valió la pena esa larga espera, puesto que fue verdaderamente exquisita. La mayor parte consistió en platillos variados de diferentes tipos de pescados, preparados de muchas maneras deliciosas: algunos de ellos fueron hechos al vapor, otros más bien eran fritos y algunos otros los tenían ahumados y guardados para una ocasión especial. Lo mejor de todo, según mi humilde opinión, consistió en esas ¡langostas bañadas en una salsa condimentada de coco! Nada como la comida sencilla del campo o en este caso del mar, cuando está recién hecha en fogones de leña, con todos los ingredientes frescos y sobre todo, disfrutando de tan buena y sorprendente compañía.
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