Hasta el final, cultivó el arte del bien vestir
Por lo mismo, cuando lo sorprendieron en el bello puerto fluvial de Honda, el iluminado maestro de las ciencias ocultas había descartado su acento de británico y adoptado un convincente acento de alemán. El cabello color trigal lo había transformado en rojizo y llevaba puesto un ocular, accesorio que jamás utilizó en Bogotá.
Felizmente las autoridades del puerto no cayeron en su juego y fue arrestado. A la mañana siguiente lo condujeron con todo y su ocular y su acento tan falso como el color de sus cabellos a Bogotá. En la capital vivió por muchos años como huésped del sistema penitenciario y escribió sus memorias cuyas mentiras resultaron ser tan largas como los años que pasó en prisión.
Al final, una noche lo encontraron en otra celda colgando de una cuerda. Hay quienes afirman que los espíritus, también engañados por el experto en cuestiones místicas, le reclamaron el haberlos utilizado para sus propios fines. También, otros no de acuerdo, proponen que sencillamente, el embajador del más allá, tuvo un encuentro muy mundano con alguno de sus vecinos de la cárcel. Las opiniones divergen, pero lo cierto es que la cuerda tenía treinta y un nudos y cada uno de estos se encontraban atados con perfección intachable y por si fuera poco, el profesor vestía su corbata favorita.
Este fue una de tantas experiencias espirituales con las que Felipe creció durante su niñez y juventud…
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