Pareciera que algunos momentos decisivos de la vida, se se vuelven a vivir…
En eso, cuando su padre estaba a punto de insistir en cómo el piano era un gran instrumento y además muy propio para las niñas, se escuchó claramente el aullido de un perro. Mezclaba ladridos con aullidos largos y sostenidos que más bien contenían ciertas notas que erizaban al cabello.
Y junto con ese ladrido, se produjo un silencio total. A diferencia de los demás presentes, a quienes el sonido del perro le afectó de una forma totalmente negativa, la pequeña sonrió y comenzó a reír…
«¡El perro está de acuerdo conmigo y dice que voy a ser una gran violinista!». Exclamó con la cara radiante de la felicidad.
Contra esa determinación tan férrea, su padre dijo suavemente, ante el asombro de su esposa:
«Bueno, bueno, mija. Ya veremos cómo hacemos para que aprenda a tocar el violín y Dios nos guarde…».
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