Y a partir de ese cumpleaños hace mucho tiempo, los demás cumpleaños se siguieron… uno a otro, tal y cómo si se tratara de un desfile a paso acelerado
«¿Oiga y Usté si sabe que este cumple suyo es muy especial?».
«Cómo así Apá, a mí me parece igualito a los otros, solo que, en este, estoy un poco más grande, ¿o no le parece?»
«No mijo, usted ya dejará de tener un solo numerito para decir su edad. En el próximo, cuando cumpla los diez y hasta los noventa y nueve, (esperemos que llegue y bien, además, pues), sumercé tendrá dos números para señalar la edad. Más allá de eso, Usté será todo un hombrecito; joven todavía, pero hecho y derecho, al fin y al cabo. A partir de ahí empieza una nueva vida, y se despide de la niñez. Esa misma que pasa tan rápido».
Magnífico escuchó con atención las palabras de su Apito, quien cortaba uno de los quesos con su cuchillo favorito, el que siempre guarda en el tercer bolsito de su carriel.
«Vea, yo me casé medio entrado en años, pues ya tenía los diez y seis años y bien cumpliditos. A mí me parece qué, mejor dicho, Usté para los catorce o por más tarde, para los quince, Sumercé ya viva con en su propia casita, con una mujer y creo que los dos sabemos ella quién será, ¿cierto?». Después prontico, en un abrir y cerrar de ojos, Usté también tendrá sus hijos. Así es esto de la vida, pues, ¡siempre pa’ adelante!».
Al acordarse de la Camilita y ver su cara en su imaginación, se ruborizó un tanto el chiquillo. Igualmente, sintió un cierto calorcito llenarlo en el interior.
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