Y así aprendió que entre los mejores momentos de su vida, se encontraban aquellos que fueron tan íntima y placenteramente compartidos
«Vea mijo. Estaba pensando. Ahora está todo en orden en la finca y no hay mucho problema de tomar el sábado para pasar un ratico juntos. Yo le quería proponer que fuéramos juntos a llevar a las chivas a pastar.
¿Qué le parece? Si le provoca a Sumercé, su Amá nos puede preparar un alguito para almorzar por allá. Yo le propuse a ella que fuéramos los tres, pero está encartada con algunos pendientes aquí en casa. Usté ya lo conoce como es cuando tiene cositas por hacer, pues. Pero, de cualquier modo, podemos ir nosotros dos y pasar bueno».
Así, Magnífico se durmió feliz esa noche, pues raras ocasiones salían juntos durante el día. Era complicado lograrlo. Siempre había una infinidad de tareas por hacer y poco tiempo para sacarlas adelante. Temprano al día siguiente, después de ordeñar las vacas y atender a los borregos, salieron hacia el lugar favorito de Magnífico. Se trataba de un claro. Desde ahí, se veían los volcanes en los días despejados. En ese sábado precisamente, se veían perfectamente a la distancia.
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