El destino de cada quien… se realiza cada día
Al paso del tiempo los padres se fueron acostumbrando a verlo caminar, entre todas las alturas imaginables que el niño encontraba en su camino y esto, con un equilibrio impecable.
Sin duda, se encontraba dotado de un don natural, pues solo había que observarlo caminar por las bardas, subir a los techos y trepar las alturas de los árboles, colgando con los pies de sus ramas y a ratos con los brazos y de muchos otros lugares impensables.
Su padre, bromeando le decía que seguramente trabajaría en algún circo, pues con esas habilidades no le sorprendería:
“Oiga mijo, dígame una cosa… Usté cuando sea gran artista famoso del circo, ¿nos invitará a las funciones o tendremos que pagar nuestras entradas, pues’”.