Los mejores momentos de la vida, usualmente llegan de manera espontánea e inesperada.
Esta parte de la historia, Felipe la había presenciado. Desconocía que tan atrás se remontaba la aversión de su padre hacia el piano y los libros. Recordaba que poco después de conocer al padre de Pilar, él le expresó claramente su opinión respecto al tema.
Según Don Jaimito (Felipe jamás entendió por qué le llamaban Jaimito a un tipo de más de dos metros de corpulenta estatura), los libros eran puras bobadas, para entretener a los haraganes que no tenían algo mejor que hacer con su tiempo.
Y en todos estos años, ella se había convertido en pianista, reconocida en el país y en el mundo. Y Felipe, se había enamorado tanto de ella como de su arte.
Pilar hizo una pausa y Felipe aprovechó para tomarla de la mano. Juntos caminaron abrazados a la cocina. Felipe se dispuso a rellenar el platón de quesos y descorchar otra botella de vino. Eran ya entradas las horas de la madrugada y la noche gradualmente se había tornado aún más fría. Mientras Felipe preparaba el refrigerio, se acomodaron en unos bancos de la cocina donde Pilar continuó la conversación
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