Afuera, se encontraba un universo en espera… hasta el día que aprendió a leer
Una rutina posiblemente muy sencilla, pero le daba significado a su vida. Ciertamente, con ella se ganaba su pan en el desayuno, mismo que disfrutaría más tarde en la casa, junto con sus padres. Para cuando saliera el sol, Magnífico habría terminado una serie de deberes más.
Por lo pronto, ya comenzaba a desligarse de la niñez, pues se quedaba trabajando todo el día en la finca. Antes de cumplir los ocho años, le tocaba salir caminado, durante sesenta minutos, hasta llegar a la vereda. Recibía sus lecciones en la pequeña escuela rural, junto con los otros niños de la zona, Por una parte, le gustaba mucho asistir a la escuela. El maestro Rafita les hablaba de cosas interesantes y, sobre todo, ahí aprendió a leer (y bueno, también a escribir…).
Eso, junto con los libros que conseguía prestados, le abrió un mundo enorme , y éste, lo cultivó durante el resto de su vida. Además, reconocía haber aprendido cuestiones prácticas, por ejemplo: sumar y restar. ¿De qué otra manera llevaría las cuentas de la finca, cuando más grande, le tocara manejarla ? También gracias a la escuelita, conoció a muchos de los niños de la zona, en particular a la María Camila…
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