Se trataba ni más ni menos de Doña Eudalia,
quién se había logrado atrincherar en una mesa junto con sus ayudantes uniformadas
uniformadas (los autobuses en su recorrido diario desde la lejana frontera, paraban durante media hora frente a su lonchería, situada una cuadra y media atrás de la iglesia y junto al farol de la calle.
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