Cuando los objetos ordinarios de la vida hablan de tiempo ya pasados, cobran una nueva perspectiva…
El interior resultó ser mucho más amplio de lo que aparentaba desde la calle. El primer piso constaba de una enorme sala que desemboca a varias piezas más pequeñas a sus lados y por el fondo. Enseguida, fue muy amablemente recibida por un señor alto y de cabello blanco.
Lucía un bigote muy estilizado y se encontraba impecablemente vestido y con toda formalidad a esa hora temprana del día. Este caballero, recién llegado a su quinta década, proyectaba una vitalidad, una distinción y un porte que impresionó fuertemente a la joven señora. El señor, encantado al saber que su visita viajaba desde Colombia, generosamente le invitó a compartir el té, a pesar de ser una hora demasiado temprana para ello.
Alicia, la futura madre de Felicia, aceptó entusiasmada y se acomodaron en una pequeña, pero exquisita salita, en el interior de su extraordinario establecimiento. La salita de té se encontraba situada al fondo de la exhibición principal, comunicada al amplio salón por un pasillo con una muestra intrigante de pinturas antiguas en óleo, representando distantes tiempos pasados y que colgaban adornando sus paredes blancas. Se encontraba sutilmente aislada del mundo exterior, por unos biombos traídos del Lejano Oriente, éstos mostraban un relieve de paisaje exótico magistralmente tallado en sus finas maderas y servían de puerta para cerrar el pasillo.
Intercambiaron algunas cuestiones de carácter más bien introductorias y de naturaleza muy general, los comentarios convencionales entre dos personas que recién se conocen, sin perder la oportunidad de comentar el clima de Londres, claro que sí.
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