La nieta de fin de semana del libro Buscando tesoros
Guatapé, Antioquia, Colombia
Cuando Dora llegaba, ella inmediatamente buscaba a Inés, pues sabía bien que estaría ahí esperándola con una sonrisa afectuosa, un abrazo cariñoso y un beso de saludo. Dora sabía que, a su abuela le preocupaba la actitud de los abuelos paternos; pero en realidad, cuando ellos se deshacían de ella, la niña se consideraba feliz y afortunada. La finca en ausencia de su tío Oscar y de su tía Carito era por demás de aburridora y jamás tendría ese sabor de los dulces, esperando su llegada en manos de Inés.
En las ocasiones en que Dora llegaba temprano antes del almuerzo, la abuela Inés, siempre la esperaba con un parasol. Se podía decir que el sol de San Gil era fuerte y ella se cuidaba de él. El parasol era amplio para proveerles sombra a las dos de regreso. Si llegaba por la tarde, entonces Inés llevaba un paraguas. Ambos, el parasol y el paraguas, eran de colores alegres e Inés los había tenido siempre, cuando menos en los recuerdos de Dora. Esos parasoles, de manera curiosa, representaban el amparo de un hogar que encontraba a su llegada a San Gil.
Un viernes, aún temprano por la tarde, Dora se encontraba en la finca de sus abuelos. Sus tíos, Carito y Oscar, habían salido a Bogotá durante el fin de semana largo. Dora se entristeció al enterarse de su ausencia. Qué mamera, pensó, los fines de semana son de lo más aburridores cuando solamente se encuentran los abuelos en casa. Se acogió a la soledad de su habitación, resignándose a su suerte. Su tía Carito había decorado alegremente el dormitorio y cuando menos, ahí se respiraba tranquilidad.
Extrañaba profunda y desesperadamente a su mamá, sobre todo en momentos como estos, al encontrarse a solas con el desinterés de sus abuelos. Se sentía atrapada en una situación sin salida. ¡Cuánto echaba de menos las mañanas en la casa cuando aún vivía su madre!