Capítulo V De tristes poetas enamorados
El establecimiento de mi bisabuela estaba ubicado en la zona de Costa Azul, famosa por los diferentes lugares para comer y su gran oferta de platillos con comida del mar.
—La Isla del Cardón, donde se encontraba nuestra casa, estaba a poco más de veinte minutos en lancha desde el puerto, siempre y cuando el mar estuviera tranquilo. Cuando estaba picado el mar, nos tocaban unos quince minutos más, de ir botando en la panga con las olas y a veces, llegábamos verdes de lo mareados, pero, al fin y al cabo, contentos.
—Las únicas construcciones en la isla eran la casa y un viejo faro. La casa en sí era muy amplia. Los grandes ventanales y los balcones con sus terrazas contaban con vista al mar. La playa era de arena blanca y fina. Tenía una pendiente suave y era muy amplia, un lugar ideal para jugar y retozar junto al agua. Hacia el sur, cambiaba a rocosa y en esa parte, se formaban unas pozas muy bonitas. Se llenaban con las mareas altas y se descubrían cuando bajaba la mar. Me gustaba picar a las anémonas y verlas retraerse.
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