Camino al Terminalito


La nieta de fin de semana del libro Buscando tesoros


Una vista hacia el lago Guatapé, Antioquia, Colombia
Una vista hacia el lago
Guatapé, Antioquia, Colombia

     Lo mejor de ir a ese café, consistía sin la menor duda, en la bienvenida tan afectuosa, con la que Dayana recibía a Dora al llegar. Ella siempre se mostraba exageradamente buena y atenta con la niña. Dayana, una hermosa mujer joven, la llevaba de la mano a escoger sus helados y mientras le preparaba su copa rebosante de nieve, conversaba con ella de tantas cuestiones importantes para la nenita. Al final, la hacía reír alegremente, mientras degustaba su postre. Después de comer helados y de conversar con Dayana, la niña salía feliz con su abuela para seguir pasando la tarde, contenta y de excelente buen humor.

      Enseguida, Inés llamaba a la empleada de la flota de buses en Barichara. Ella se llamaba Alicia, una chica joven de cabello negro largo y grandes ojos a la par, delgada y de buen ver. Cuando menos, así lo atestiguaban la gran cantidad de chicos que rondaban la oficina a todas las horas del día. Preguntaban si ya había llegado la buseta de San Gil; si no había una encomienda para su casa y una serie de preguntas más, todas ellas no eran más que una serie de excusas, con tal de obtener la oportunidad de saludarla y admirarla por un ratico cuando menos.
Alicia era amable con todos, pero con la abuela de Dora era un ángel. A Inés nunca le negaba un favor. Por demás, el negarle a esa señora tan buena y tan dulce, cualquier favor que le pidiese. Inés no abusaba, pero tratándose de su nieta… Así, Alicia con gusto la mantenía informada de la salida de su nieta hacia San Gil.

     Una vez enterada a qué hora había salido de Barichara, pronta se alistaba para recibirla en El Terminalito. Caminaba tranquilamente a su paso pensativo y meditabundo hacia el parque. Atravesándolo en diagonal se encontraba rápidamente sobre la calle de la plaza de mercado. En ocasiones entraba a comprar unos dulces para recibir a la niña. Con los dulces en mano, caminaba feliz hasta la esquina. Atravesando la calle, entraba contenta al Terminalito. Saludaba a los conductores, a la señora de las empanadas, la que vendía las arepas rellenas de queso y después de intercambiar algunos comentarios con todos, se disponía a esperar la llegada de su nieta. Tan solo era necesario caminar unas pocas cuadras y en escasos minutos desde su casa, Inés se encontraba ahí, antes de la llegada de su nieta.     


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