La nieta de fin de semana del libro Buscando tesoros
Era ésta, la que contenía el portón de acceso a la casa; resguardado como en la mayoría de las casas, por los amplios aleros sobresalientes, pintados del mismo color de las fachadas. Ellos ofrecían una generosa sombra por las mañanas y durante los días soleaditos, tan características de la pequeña ciudad de San Gil. A la vez, constituían un paso seco a los peatones durante los momentos de lluvias intermitentes por las tardes.
Sin duda, se trataba de una calle alegre, adornada con sus fachadas pintadas en diversos tonos de amarillos, azules y verdes. Muchos años después, Dora trató de subirla corriendo, tal y como si todavía fuera esa niña incansable. Se reía de sí misma diciendo: ya no soy capaz, pero como les parece que la abuela hasta que murió, bajaba y subía cargada de mercado y fresca como si nada.