La nieta de fin de semana del libro Buscando tesoros
Caminando desde la plaza, se advertían las calles con sus antiguos edificios, y como éstas, ascendían gradualmente hasta llegar al comienzo de la calle de Inés. Ahí se iniciaba la subida a su casa, retadora y bruscamente inclinada, un desafío tanto al peatón, como a los osados automóviles, quienes apenas alcanzaban a avanzar hasta la mitad de su altura para encontrarse con el final del acceso vehicular.
En ese punto, la calle se convertía exclusivamente en peatonal, delimitada por unas amplias gradas que la abarcaban desde un extremo al otro. Catorce peldaños después, la calle continuaba en su pronunciado camino de subida para posteriormente llegar a una fachada azul.
Era ésta, la que contenía el portón de acceso a la casa; resguardado como en la mayoría de las casas, por los amplios aleros sobresalientes, pintados del mismo color de las fachadas. Ellos ofrecían una generosa sombra por las mañanas y durante los días soleaditos, tan características de la pequeña ciudad de San Gil. A la vez, constituían un paso seco a los peatones durante los momentos de lluvias intermitentes por las tardes.