¡Quién fuese el atrevido que arrogantemente variara su rutina, dispuesto a valientemente emprender algo novedoso en la vida!
ciudad de Londres, UK
«Diez minutos después de finalizar tan extraordinario refrigerio, salía puntualmente a la calle, sin importar el clima. Caminaba infaliblemente diez cuadras al norte hasta llegar a las vías del ferrocarril. Ahí, sin descansar, doblaba en dirección al oeste, siguiendo las vías durante cinco cuadras más».
«Llegado a ese punto, descansaba por dos minutos. Reconstituido del supremo esfuerzo realizado, emprendía el regreso caminando diez cuadras en dirección al sur. Por supuesto, finalmente volteaba al este, caminando las cinco cuadras restantes que lo conducirían de nuevo a la casa. Esta caminata, la concluía con toda precisión en veintidós minutos. Nunca tardó veintiuno y mucho menos llegó en los veintitrés».
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«Los otros días de la semana, para ser preciso, martes, jueves y sábados, desayunaba el mismo par de huevos, pero pasados por agua durante solamente dos minutos, medidos con un reloj de arenas negras, cambiando el pan por galletas saladas con mantequilla, pero sin mermelada. Las caminatas de esos días alternos, las emprendía en el sentido contrario y justamente en los mismos veintidós minutos exactos, ni uno más, ni uno menos».
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«Las grandes aventuras de su vida las reservaba para los domingos. En esos días fuera de serie, desayunaba huevos estrellados con jamón y sorprendentemente tomaba café en lugar de té, hecho que se podría considerar como insólito, mas no inexplicable. Sucede que mi bisabuela, quien creció en el continente, gustaba tomar café por las mañanas, según se rumoraba en el pueblo. De alguna manera los domingos, mi abuelo replicaba ese ritual adquirido durante su juventud, sin considerar lo poco convencional de su conducta».
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