Le gustaba que pensaran por el, sentía la seguridad de recibir órdenes, se deleitaba en desfilar con sus compañeros avanzando en perfecto orden sincronizado, sin adelantarse ni mucho menos en cada uno de los tiempos, orgullosamente portando la ondulante bandera al hombro… (Lápida de un cabo desconocido)
«Espero no aburrirla hasta el cansancio y permítame explicarle la enorme cantidad de detalles que era imprescindible observar en la elaboración del desayuno matutino de mi abuelo. Dudo que, en la historia entera de la humanidad, se encuentre un ser tan quisquilloso, meticuloso y ridículamente fastidioso como ese señor».
Riendo alegremente, Alicia contestó de muy grado:
«¿Aburrirme Sir John? Todo lo contrario. Esta mañana ha resultado uno de los días más divertidos que he tenido en mucho tiempo».
«Mi querida señora, si unas tazas de té con este viejo decrépito… resultan ser una de las experiencias más memorables de su vida… debo de agradecer el honor que me confiere. Pero, a la vez, no me queda más remedio que contemplar con toda tristeza, la monotonía tan terrible que debe caracterizar sus días», contestó sonriendo ampliamente, feliz de estar conversando con esta joven, quien además de hermosa, resultaba siendo tan agradable compañía.
«Esos eran rituales involucraban tiempos y movimientos exactos, pues el abuelo no permitía desviación alguna de lo establecido. Y lo establecido, lo observaba rigurosamente mi abuela, quien callada como de costumbre se manifestaba como una artista consagrada en el arte de la monótona repetición cotidiana, pero eso sí… de una manera exacta, puntual y al pie de la letra. Debo de reconocer que hubiese sido exitosa como un cabo o sargento de nuestro de nuestro ejército. Mostraba las aptitudes necesarias para ello. En ella no había cabida para espontaneidad, mucho menos creatividad y carecía de todo vestigio de originalidad cotidiana».
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