Las bicicletas del pueblo


Capítulo 3… Las cotorras de Chinandega


Calles del centro Granada, Nicaragua
Calles del centro                       Granada, Nicaragua

—Pue sí, mi chinita, cuando yo tenía más o menos tu edad, crecí allá en Chinandega. Se podría decir vos, que conocía a todos los del pueblo, (o sí no los demás del pueblo, sí que sabían de mí) desde los arrugaditos por estar recién nacidos, hasta los que lo estaban así, por estar más que vividos. Era natural porque en esos lejanos tiempos, los pueblos eran más chicos y todos nos conocíamos entre sí. A veces, vieras que hasta demasiado bien, vos.

—Cuando refrescaba un poco (de esos intensos calores tan fuertes de los días chinandeganos), las aceras se llenaban con las mecedoras, las sillas (hasta cajones viejos de madera que sirvieran de asientos), y de la gente que se sentaba en ellos; algunos leyendo, otros jugando naipes y algunos bien dormiditos echando la siesta. No faltaban los viejos con el guaro o ron para pasar el calor. Siempre también aquellos que se la pasaban, también por qué no, lavando la ropa ajena entre ellos, metido en los chambres de la vida ajena.

—En las calles, los niños nos la pasábamos metidos en nuestros juegos. Corríamos entre las bicicletas. Al igual que hoy en día, se les veía de todos tipos. Había bicicletas de un solo pasajero, por supuesto. También las de los enamorados. A ella se le acomodaba sentadita muy a gusto en el manubrio. Pasaban paseando e intercambiando entre ellos las consabidas necedades de enamorados. El novio sudando la gota gorda de tanto pedalearle bajo el sol y los dos con sus caras de borregos muertos. Y hasta las bicicletas familiares, en las cuales andaban los papás y los patojos (niños) repartiditos en la bici. Algunas parecían actos de acrobacia sacados del circo.


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