Una raya más no se le nota al tigre
Pasaron los años y Felicia creció… se convirtió en una hermosa nenita, muy dulce de carácter e impresionantemente hermosa, muchos de sus finas facciones indiscutiblemente heredadas de su madre, quien desde niña destacó por su belleza, la cual mantuvo hasta el final de sus días…
Así, una linda mañana de sol, tras uno de esos sublimes despertares bajo la espectacular luz bogotana, los que desgraciadamente no son tan frecuentes en esa ciudad, pero cuando suceden hacen el vivir en esa ciudad un evento especial, Felicia cautelosamente penetró en la habitación de sus padres.
Aprovechando que todos los demás se encontraban en la planta baja, se acercó con paso seguro y decidido hasta la enorme cama de sus padres. Con mucho cuidado, deslizó su manita bajo la almohada y velozmente extrajo la bolsita verde. Cautelosamente desamarró la bolsa y extrajo una de las moneditas de un cuarto de centavo.
De inmediato, procedió a volver a amarrar la bolsita, tal y cual la encontró, guardándose la moneda sustraída en un bolsillo escondido de su vestido. A Felicia le pareció fácil. Inocente e ingenuamente, ella nunca consideró la posibilidad de que su padre se percatara de la ausencia de una moneda faltante. ¡Había tantas moneditas en ese bolsillo que seguramente su padre jamás se daría cuenta que había una de menos! Felicia tenía en ese momento, escasos ocho años de edad.
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