Cuantas conversaciones entre una madre y su hija, no se presenciaron a través de innumerable civilizaciones e incontables milenios
«Así, se dio que una noche, mi madre y yo sostuvimos una larga e iluminadora conversación. Consistió en la historia de mi padre, ese mismo sujeto a quién siempre le tuve pavor».
«A quién, además, al igual que tú, jamás había logrado entender, mucho menos comprender de qué manera se pudieron haber dado las cosas en sus vidas, para desenlazar en que una gran persona como mi madre, se llegara a casar con un tipejo de tan escasa clase, con un despreciable individuo de la calaña de Jaimito Arévalo».
Antes de continuar, Pilar, ante todo una gran artista, sin más respiró hondo, cerrando sus ojos. Concentrándose, comenzó se dispuso a recrear esa narrativa a su manera, para algunos podría considerarse como teatral. Su melodiosa voz, hipnótica y, a la vez, sensual, adquirió una personalidad totalmente ajena a su persona; mientras, Felipe extrañado y cautivado a su vez, degustaba despacio el vino: «La historia que te debo de narrar esta noche, necesariamente se remonta entonces, a describir cómo conocimos a Jaimito durante una noche tal vez predestinada, así como, las circunstancias tan particulares que originaron ese suceso».
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