Somos verdaderamente afortunados, aquellos que recordamos con afecto nuestra desaparecida niñez
Vaya, llegaron Juanita y Toña. Hace mucho que no visten de blanco. A estas alturas del partido, ni siquiera siendo las hijas de doña Eloísa, les quedaría el papel. Esos fueron los tiempos distantes de mi cándida niñez cuando mi hermano menor Jorge Eduardo, aún no había abierto sus ojos a la luz de este mundo. Él aún se encontraba pacientemente a la espera de un destino.
Mis hermanas vestían siempre de blanco. Esto era una parte indispensable de una campaña publicitaria permanente y era conducida continuamente por mi madre: Observen su virginidad e intachable inocencia. Somos una familia católica, apostólica y romana, rigurosamente afiliada a los beneficios del plan integral de salvación eterna.
Yo tenía trajes blancos y era virgen también. Por lo pronto, sí a los ojos de mi madre y seguramente lo seguiré siendo durante toda mi vida… cuando menos a su real parecer.
Yo vestía trajes blancos para la misa del domingo y las bodas diurnas. Vestía trajes oscuros para los funerales y los eventos nocturnos. En aquellos tiempos remotos, apenas tendría alrededor de unos seis años y gracias a mi madre, también estaba incorporado al plan de salvación eterna. En aquellos tiempos era un niño relativamente feliz, pues vivía bajo la luz cálida que iluminaba esa bendita edad de la inocencia.
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