La luz de las velas me cautivaba cuando niño. Todavía hoy no ha perdido ese poder: me cautiva y me transporta…
A estas alturas de mi vida, ya no recuerdo cómo sucedieron aquella serie de eventos importantes; me refiero a los sucesos ocurridos en la antesala de mi concepción y justo antes de mi nacimiento…
Cómodamente sentadas sobre las nubes del Cielo, las innumerables almas por nacer, esperábamos nuestro turno. Y mientras, repasábamos plácidamente los pormenores del gran drama, el mismo que se constituirá en nuestra próxima vida.
Más los recuerdos de estos momentos y de nuestra vida por comenzar, no los traemos con nosotros al nacer. Precisamente antes de nacer, con un suave beso en nuestra frente, el Ángel del Olvido borra ese contenido y para bien o para mal, lo olvidamos todo.
Supongo que ese beso fue efectivo, porque ya no recuerdo esos entonces previos a mi nacimiento. En su momento, seguramente estuve muy atento a cada uno de los detalles que conformaron esa cadena de acontecimientos importantes. Pero hoy en día han quedado sumergidos en el más profundo de los olvidos; en ese dulce olvido que provocó un beso dócil en mi frente.
En todo caso, eventualmente llegó ese momento decisivo (el del reparto y de la entrega de los Destinos) y me tocó un Destino que comenzaría con un viaje. Por supuesto, en el trayecto marcharía en la compañía de mi fiel Ángel Guardián, cuyo nombre tampoco recuerdo. Supongo que sí lo conocía antes de ese beso.
El viaje consistió en arribar puntualmente a la cita con mi gestación.
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