Recargada en su árbol favorito, la niña desahogaba su corazón con un lápiz en la mano
Motivado por la sed de lectura de la niña, el Profesor Rafita se dedicó a la labor de conseguir más libros entre sus conocidos y a través de sus contactos.
Camila aprovechaba cada que iba a Santa Isabel, pues había una librería que vendía papel, sobres, dulces, envolturas de regalos, zapatos y ropa de trabajo, sillas para caballos… y, por cierto, ¡libros también!
No faltaba quien opinaba que los libros que tenían, no valían la pena, pero Camila no era remilgosa y no juzgaba un libro por su portada y hasta terminarlo. Y, aun así, a todos les encontraba algo interesante.
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