¿Y quién, al despertar, es capaz de afirmar inequívocamente… cómo será el día?
En fin, aún antes de llegar a cumplir los primeros siete tiernos años de su bucólica vida, ese sorprendente chico campesino había desarrollado y recopilado un extenso acervo de herramientas para interpretar su paso por el mundo.
Este cúmulo de posibilidades de percepción, lo conducía más allá de simplemente detectar la hora y el dónde se encontraba, alcanzaba a compenetrarse con el entorno fluctuante del medio y sin más esfuerzo anticipar su devenir.
Consecuentemente y con toda naturalidad, predecía hábilmente los cambios del clima prevaleciente con exactitud inequívoca. Así, comentaba con toda llaneza y naturalidad, la necesidad de recoger (¡y de una, Amita!), aquella ropa recién tendida, colgada secándose al sol, pues en su acertada opinión no tardaba en llegar la lluvia a caudales. Esto lo afirmaba despreocupadamente, a pesar del sol, tan intenso y fuerte, calentando los aires en su resplandecer plácido dentro de un cielo azul desprovisto de nubes.
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