Vivía su vida de acuerdo a cómo él la veía y al mundo lo dejó vivir la suya, a como mejor le pareciera
Un largo ratico después, mientras disfrutaban de la calma del día, acostados en esa poco acostumbrada hora, el Apito retomó las inquietudes anteriores de su esposa.
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«¿Hacer? Pues no mucho por hacer, mi amor. Ayudarlos en lo que están haciendo. Dejarlos en paz y decirles: ¡háganle mis hijos, todo bien! Si se equivocan, ya lo enderezaremos, así que frescos, pues. Porque, de cualquier modo, leellos harán y vivirán cómo Dios les dé a entender. Peor de los casos, mija, lo único que no tiene arreglo es la muerte y sobre de eso, a nosotros. ni siquiera nos han pedido nuestra opinión».
«Ay Papi, si usté tendrá toda la razón, pero vea, me duele ver que se nos van de las manos».
«Así es esto. Mientras tanto, el trabajo sigue y las borregas tienen hambre. Pero a la noche… le seguimos a este conversatorio, ¡sí o qué, señora!» dijo levantándose perezosamente de la cama y con una enorme sonrisa en su cara.
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