Compartían su amor por el mundo observado desde las alturas de su imaginación
En el silencio que se produjo dentro del establo, se escuchó a Magnífico, su voz un tanto fuerte:
«¡Usté sí que es una berraca Camila y tan hermosa además!».
Camila sorprendida le preguntó desconcertada, «¿cómo así, mi señor?».
Dirigiéndose a Camila, respondió con una sonrisa. «Usted disculpe, señora. Le estaba hablando a su tocaya, a la Camila, la que está a mi lado, pues». Camila era la vaquilla más joven de la Lencha.
Abrazando a la vaca orgullosamente, se dirigió a todos diciendo muy contento: «Vean, la Camilita ya acabó con su ordeña de hoy y andaba de buenas con tanta leche que nos regaló hoy». Lencha, como buena madre, mugió su acuerdo desde su lugar en el establo.
Enseguida, dirigiéndose a su Apito, agregó: «Si a su mercé le parece, María Camila me va a acompañar a llevar a las chivas a pastar. Ella ha estado pensándole mucho a cómo montar la casa en el árbol».
Camila intercedió explicando: «En el morral traigo unos dibujos de lo que podría ser la casa del pino. Me parece que puede quedar lo más de chévere. Así rapidito les comento. Abajo estaría la cocina y un lugar para poder estar nosotros, algo muy sencillito y como a cuatro metros del suelo, preciso en donde está ahora la casita, pues».
«Luego, se sube a la habitación desde la cocina por una escalerita de madera. A un ladito y como en medio de las dos quedaría el baño. Se puede subir desde la cocina o bajar desde la habitación. Claro, todas las habitaciones con ventanales para aprovechar esa vista tan hermosa».
«Qué pena con ustedes, pero no se los pueda mostrar hasta después de que los haya visto el señor de la casa…» comentó riendo.
Los Apitos escucharon en silencio, muy pensativos. Tantos fueron los pensamientos que desfilaron por las mentes de ambos en ese momento.
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