Nada como la infancia, cuando aún sin alas, es posible volar
«¡Listo! Una para la zorra, dos para el conejillo y tres al ganador…», gritó Danilo, arrancando a toda velocidad, desde el primer conteo. Pero en esta ocasión, Magnífico se encontraba en su terruño, claro que sí.
Él conocía perfectamente el camino, tenía perfectamente medida la pequeña subida en la curva y la recta, después del pino y donde la Virgencita lo esperaba para verlo pasar tan sorprendentemente veloz, hasta desenlazar frente a la finca.
Lo más importante de todo, en esta ocasión, él no tenía zapatos que lo tropezaran como sucedió en las vueltas al parque. Tanto Magnífico, como la mayoría de los chiquillos de campo, raras veces usaban zapatos. Ante la fiesta, se había vestido con sus mejores ropitas, cuidadosamente remendadas por sus madres y además, calzaban los inacostumbrados zapatos.
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