Jamás comprendió la primavera, hasta que la contempló desde un lejano invierno…
«¿Cómo así? Si a sumercé lo estaré esperando en la meta y con mi trompo bailando en las manos, además». Con un sobresalto, el viejo viajero se reconoció a sí mismo, en ese mismo niño apacible, que le contestaba tan tranquilo y confiado a Danilo. Acto seguido, revivió junto con ellos, ese momento hermoso, durante el cual, los dos se rieron de buena gana y se dieron la mano.
«¡Prepárense! Quiero a los cinco finalistas en la raya. ¡Ya vamos a dar la salida, pues…!». Con nostalgia profunda, reconoció esa voz de su pasado, la del Maestro Rafita, siempre el organizador de los juegos. Se encontraba a un lado del grupito señalando la salida. Los cinco participantes se colocaron en la raya, felices de encontrarse en el centro de atención. Extrañado y a la vez fascinado, Magnífico se vio a sí mismo, preparándose para esa carrera sucedida tanto tiempo atrás.
Ese día en particular, había comenzado antes de la madruga. Después del desayuno, él y su Apito habían salido caminando al pueblo juntos. Su Amita, se había quedado a terminar unos “pendientes”. Ahora, que lo revivía, Magnífico sonrió pues le quedaba claro que la decoración para la fiesta en a casa, se había hecho tan pronto ellos habían salido.
Poco antes de las nueve de la mañana, llegó su Amá al parque. Ya se encontraban congregados todos los amigos, las amigas y sus padres, Felices conversaban entre todos, acomodados en las bancas alrededor del centro del parque. El Profesor Rafita también había llegado y conversaba con el Padre Juan. Los ánimos se encontraban exaltados durante esa mañana, pues el padre de Danilo tenía un hermoso caballo que recién había comprado y después de la misa habría una carrera de caballos y el suyo se colocaba como favorito.