Al cabo de un rato, bajaba riendo alegremente y se acomodaba sentado sobre una de las primeras ramas del pino, esa rama bien pulida por tanto uso.
Se trataba de una gran rama, precisamente su favorita, donde a veces se columpiaba con los pies, su cabeza colgando. Desde ahí, ocasionalmente intervenía en la quieta conversación de sus padres.
Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, a ese niño, más bien, se le veía colgando de la rama (tal vez en el fondo una respuesta a sus ancestrales orígenes arbóreos, pues le era tan natural), ya sea con sus fuertes piernas o simplemente de manos, mientras se columpiaba, alegremente balanceándose de lado a lado.