Creo haber recorrido la mayor parte del planeta. En aviones grandes y modernos, o viejos y muy usados. En avionetas que despegan desde pistas asfaltadas y en algunas que aterrizan en tramos de tierra apenas aplanados. (El tesoro, del libro Buscando tesoros)
Curiosamente uno de sus lugares preferidos era una de las primeras ramas del enorme pino. Los sábados después del almuerzo, Magnifico le encantaba primero subir hasta las ramas de mayor altura del pino, su viejo y querido compañero de juegos. Hablaba con el pino y le contaba sus inquietudes y las aventuras de la semana, mientras iba ascendiendo por entre sus fuertes ramas, para después pasar un largo rato disfrutando del viento y de la vista que se extendía por debajo de él.
Magnífico jamás se le olvidó ese día en lo particular, cuando en lo más alto, una mañana escuchó el sonido de motores que se acercaban. Él escuchaba sorprendido en las últimas ramas de la cima el árbol, buscando de dónde provenían ese ruido. Cuál sería su sorpresa cuando vio acercarse tres aviones. Venían volando en formación, uno al frente y los otros dos atrás, haciendo un triángulo volador entre los tres. Pronto se encontraban cerca del pino a toda velocidad, pasando muy cerca de donde justamente se encontraba el niño.
Tan pronto se alejaron los aviones y se perdieron a la distancia. Esa mañana, Magnífico bajó de ese árbol con una velocidad jamás vista antes. Una vez en el claro y reunido con sus padres también sorprendidos por lo aviones y la velocidad del niño para bajar, se dispuso a explicarles entusiasmado cómo había logrado saludar al piloto del primer avión, y después al de atrás en su paso por enfrente de é, cuando éstos pasaron demasiado cerca del pino, tanto que el niño además del saludo de mano, alcanzó a ver sus sonrisas.