Fue a través de sus lecturas que conoció los mundos, quienes habitaban, dentro de la imaginación de otros soñadores como él.
En muchos sábados, se les veía a los tres tomando un descanso y disfrutando de su mutua compañía, pero igualmente entre semana al niño le gustaba buscar refugio y solaz en el claro del pino, una vez terminadas sus labores, por supuesto. Como desde pequeño descubrió la magia de la palabra escrita, adquiriendo así el gusto por la lectura, en cuántas ocasiones llegaba acompañado de algún libro.
Éstos, se los prestaba el Profe Rafita, su maestro del colegio, esa pequeña escuela rural enclavada dentro un cuartico pequeño y sin ventanas. Ahí, con solamente el poder de sus mentes y de su fértil imaginación, los chiquillos alcanzaban a ver más allá de lo que les hubiesen podido mostrar las inexistentes ventanas, pues aprendían acerca de aquel enorme mundo que los rodeaba tan por fuera del suyo propio y de talla mucho más reducida.
Así, con su lectura en mano, mientras más alto se mecía, entre más se alejaba, cada vez más alto y más lejos del suelo y de la tierra, llevaba el libro abierto con la punta de sus zapaticos apuntando hacia las nubes, más se liberaba su mente en aquellas alturas, volando a la par de sus elevadas lecturas.