Así en el hoy, se queda impregnado el sabor de ese ayer
Desfilaron muchos años. Durante la mayoría de las tardes de los sábados, la joven pareja le gustaba mucho compartir el almuerzo, sentados juntos bajo la sombra del árbol protector. Extendían un enorme mantel de colores vivos bajo las ramas del pino, justamente colocado sobre el fino pasto verde que conformaba el piso del amplio claro.
Ahí en la fresca sombra del árbol, se le veía a la joven pareja. Casi se podría decir que ellos eran poco más que unos chiquillos, conversando mientras pasaba la tarde y riendo despreocupados. Ahí bajo la protección de las ramas del pino gozaban de su amor, disfrutaban plenamente de su juventud y saboreaban los deliciosos manjares, los cuales siempre tienen ese exquisito sabor que adquieren por ser compartidos.
La comida la preparaban en la casa, y la colocaban cuidadosamente dentro de los canastos amarillos de mimbre. Precisamente, los almuerzos al aire libre, simbolizaban el final de una larga semana de intensas y arduas jornadas de trabajo. Esos fueron los días cuando pareja se regocijaba al saborear su presente y soñar su futuro, mismo que se encontraba, ahí nomás, a la espera de levantar la mano y alcanzarlo.