Ella era la hechicera en los altares la cocina
La mamá de Magnífico jamás accedió a tener marranos. Cuando menos una vez por mes, con mucho juicio, se dedicaba a eso de hacer los tamales. Para rellenar los tamales prefería comprarles el lechoncito a sus vecinos, lo de la finca tras la loma y rumbo a la vereda. A su vez, ellos conociendo de años a su vecina, se encargaban de matarlo para el mismo día y así temprano, entregarle la carne cortada, tal y como, a ella lo gustaba.
De lo demás, la mamá se pintaba sola. Entre el huerto, el invernadero y los cultivos de la parcela disponía todo lo necesario para elaborar los sabrosos tamales de cerdo. En cuanto al maíz, éste lo cortaba unos días antes, buscando los más tiernitos de la parcela. Después lo molía y amasaba ahí mismo, en un molinito pequeño detrás de la cocina.
La carnita la aderezaba con especies y verdura picadita dejándola lo más de bien sazonada, con todos los ingredientes frescos y recién cortados en el día. Finalmente, los tamales los envolvía en las hojas del maíz, almacenas en atados, en la alacena.