¿A dónde te has ido, cuando al cerrar tus ojos, te olvidas del mundo?
Después del descanso, solamente faltaba la ordeña de la Agustina, una vaca de color café obscuro y la de Ramona, un ejemplar tan negra por fuera como por dentro, la reina del eterno mal humor, siempre dispuesta a mostrarse inconforme con el orden establecido. Al terminar la ordeña, la responsabilidad del niño consistía en sacar a las vacas al potrero, donde les esperaba un día de rumiar pacíficamente, contemplando y pensando, aquellos pensamientos que seguramente pasaban por la cabeza de las apacibles vacas.
En ocasiones las observaba callado y en su mente se formulaba una gran interrogante: ¿Qué pensará La Lencha, pues? Vea la Niña, cómo pasa el día tan tranquilamente, bajo ese sol tan tenaz y casi sin moverse, Y, ¿cómo le parece que mi Apito dice que soy perezoso, pues? ¿será que cuando duerme a la sombra de esos árboles, soñará sus días cuando becerra, o puede que sueñe con su novio, el toro que a veces la viene a visitar? Ay Lencha, que pesar con Usté, así me acuerdo yo de la Camila y todavía me provoca hacerle la visita…
En esta tarea de sacarlas a pastar, siempre le colaboraba la Juana, una perra sin raza, o posiblemente de muchas de ellas, la que conocía a perfección su oficio y lo venía desempeñando desde que Magnífico era todavía un pequeño, aprendiendo el complicado arte de caminar.