Aún a su mala fortuna, la recibía con una sonrisa
Bastaba la sonrisa para intercambiar un saludo afectuoso. De inmediato se incorporaba rápidamente a su puesto, a un lado de su padre, disponiéndose a trabajar en sus tareas y hacer rendir el día.
Más tarde, cuando finalmente llegaba el momento de un descanso, compartirían del calor del café, disfrutando en silencio de un respiro y de su mutua compañía. Una vez recuperados y con fuerzas, regresarían nuevamente a la labor de ordeñar las vacas de la finca familiar.
Había una infinidad más de deberes y pendientes que llenaban esos pacíficos días de su niñez. Y con todo, esos momentos especiales, aquellas horas antes del amanecer, eran aún sus favoritas, constituyendo sus recuerdos más queridos. Quedarían por siempre grabadas en lo más profundo de su ser, como los días más felices de su vida.
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